El empeño contra la trata de personas es una de las responsabilidades globales más importantes y urgentes de nuestro tiempo. Para hacer frente a la explotación y a la violencia de las cuales depende la trata y que ella misma promueve hay que examinar, entre los distintos aspectos, el ámbito del trabajo forzado y toda condición laboral deshumanizante.
En respuesta a la trata de seres humanos en todas sus formas, el papa Francisco ha invitado a todas las personas de buena voluntad a una «movilización de una dimensión comparable a la del mismo fenómeno», exhortando a no ser «cómplices de este mal», sino, por el contrario, a ser «artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad»[1].
Para reforzar la propia movilización contra la trata y para eliminar cualquier forma de explotación, la Iglesia católica entera responde al llamamiento del papa Francisco con un compromiso decidido sirviéndose de su rica tradición en el ámbito social. Este compromiso es particularmente importante porque, hoy, el movimiento antitrata es criticado a causa de la imprecisión con que se define este complejo fenómeno.
Una preocupación global
Desde el comienzo del nuevo milenio la trata de seres humanos ha experimentado una creciente movilización global. Un momento culminante de dicha movilización fue la adopción, en el año 2000, de la Convención de Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional (United Nations Convention against Transnational Organized Crime, UNTOC)[2] y del correspondiente Protocolo para prevenir, reprimir y sancionar la trata de personas, especialmente mujeres y niños («Protocolo sobre la trata»)[3]. Esta Convención nació de las preocupaciones internacionales relativas a la integridad de las fronteras a causa de la creciente inmigración irregular y de la criminalidad transnacional, fenómenos globales que influyen en la calidad de vida y en las condiciones de trabajo de muchas personas de todas las edades.
A partir de entonces, múltiples organizaciones —gubernamentales y no gubernamentales— se han activado para ayudar a víctimas de la trata y para intervenir a nivel sistémico contra toda estructura que la facilite y la perpetúe. Recientemente, la comunidad internacional ha preparado el documento Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular con el fin de aumentar la cooperación internacional para afrontar los flujos migratorios entre los países de origen y los de destino. Aun faltando el apoyo de naciones clave, el documento fue aprobado el 11 de diciembre de 2018 por muchos Estados miembros de las Naciones Unidas. Uno de los objetivos del Pacto Mundial es prevenir, combatir y erradicar el tráfico de seres humanos[4].
Probablemente, en nuestra era el tráfico internacional de seres humanos depende de dos dinámicas globales contradictorias: por un lado, el libre movimiento de bienes y de capitales a través de las fronteras, que caracteriza la liberalización del comercio global; por otro, el simultáneo endurecimiento de los controles fronterizos, que aumenta los obstáculos a la migración de mano de obra. Estas dos dinámicas globales pueden haber favorecido el aumento de la migración irregular y de la trata de personas como medios para satisfacer también las crecientes exigencias del mercado de trabajo. En consecuencia, el crimen organizado controla los flujos migratorios y explota a muchas personas vulnerables facilitando el cruce irregular de las fronteras.
En el ámbito laboral, la trata está presente de múltiples maneras: desde la mano de obra poco cualificada —en contextos urbanos, agrícolas e industriales— hasta la explotación sexual. Encontramos víctimas de la trata, por ejemplo, en el sector de la pesca, en las granjas, en las fábricas y en familias acomodadas en zonas residenciales.
El Índice global de esclavitud, publicado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y por la Walk Free Foundation, estima que en 2016 se han visto afectadas por alguna forma de «esclavitud moderna» 40,3 millones de personas[5]. El término «esclavitud moderna» incluye el tráfico de seres humanos, tanto en el caso de «trabajo forzado» como en el de matrimonios impuestos. No obstante, es difícil cuantificar con precisión las dimensiones de la trata porque es una realidad escondida y polimorfa. Por ejemplo, la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) y el Departamento de Estado de Estados Unidos ofrecen cifras más contenidas al basarse en las víctimas que han sido identificadas. De 2003 a 2016 la UNODC ha registrado 225.000 víctimas de trata[6], mientras que en 2018 el Departamento de Estado de Estados Unidos identificó a 85.613 víctimas a nivel mundial[7].
El compromiso de los católicos contra la trata de seres humanos
En 2002, en el ámbito de la conferencia internacional sobre «La esclavitud en el siglo XXI», san Juan Pablo II tuvo una de las primeras intervenciones papales relacionadas con la «trata de seres humanos». Él asoció explícitamente el término «trata» a las diversas prácticas, identificadas por los padres del Concilio Vaticano II, que amenazan la dignidad humana: «la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes, así como las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables»[8].
Para los padres conciliares, estas prácticas «son totalmente contrarias al honor debido al Creador»[9]. Con anterioridad, el mismo Juan Pablo II había definido estos males sociales en la encíclica Veritatis splendor como «intrínsecamente malos», en cuanto «contradicen radicalmente el bien de la persona»[10], creada a imagen de Dios.
laciviltacattolica.es/2021/07/09/…GN_7_9_2021)